Confesiones de un Asesino


Un líbido hilillo rojo nacía por la dulce endidura de sus labios. Aquel camino rojo conducía hasta un extenso carmín sobre el suelo. Mi reflejo se observa profundo. Se observa difuso. Aquellos ojos color avellana aún se encuentran abiertos. Me observan todavía. Quizá me insultan. Quizá me humillen. Quizá me condenen. Aquellas mejillas ruborizadas jamás me perdonaran el haber arrebatado de un tajo la fuente de su belleza. Su rostro luce perfecto. Es joven y bella, ha muerto con honor y sin sufrimiento, consciente de cual iba a ser su fin, su rostro no se ha visto perturbado ni por la lágrima ni por el miedo, en cierta manera me siento orgulloso de aquella joven que postrada a mis pies, desnuda y sobria camina con irrevocables pasos para no volver, tan solo la calma reside en aquella mueca de serenidad con mirada al vacío. Su cuerpo aún yace en la posisión en la cuál acomodo su cuerpo para perecer.
Tanta belleza me conmueve. La sutileza de su entrega total  a su asesina fue crucial para un digno desenlace. Aún puedo sentir mi corazón latiendo. Mis manos aún tiemblan ¿Arrepentimiento? No, excitación. No puede esperar en volver a hacerlo. El placer disfrutado fue magnánimo. No podría comparar de ningún modo el placer sexual con la extasiante experiencia tenida esta noche.
Saboreo el dulce aroma de voz desvaneciendose en gritos ahogados de asfixia y muerte latente, en una dolora y agónica muerte instantanea.
Palpe con un par de dedos la tibia sangre y la saborée. Exquisito. El sabor de la muerte es suculento mas es exclusivo de los dioses. Y esta noche lo probé. Me siento vivo. He renacido. Me siento lleno de poder. Me siento Dios. Siento que todo lo puedo. Sin huellas en la escena el crimen me dispongo a limpiar su figura. El látex en mi mano rosa sus párpados para cerrarlos y darle fin a esa profusa mirada vacía y ocultar esos ojos color marrón. Sin ser incomodado por las manchas de sangre en mi rostro, me dispongo a consolar por última vez su rostro, cuando de pronto sin notarlo mi mano se desliza por su rostro apenas tocándolo. Un beso quizá. Tal vez dos. ¿Sentirá aún su cuerpo mis ganas de poder consolarla? No puedo pues debería remover toda la escena y fabricar una nueva adecuada al nuevo acontecimiento. Post mortem. Necrofilia. Tentador y sublime. El reloj estando de mi lado transcurre cada vez más lento como si me ayudase a tomar la decisión correcta.
De pronto toda serie de emociones llegan como un torrente dispuesta a hacerme olvidar el arrepentimiento. Me siento poderoso. Me siento feliz. Siento que voy a morir ante tal gozo, siento que me tiembla todo el cuerpo, me siento Dios, todo el mundo está a mis pies, la luz se proyecta, y se refleja, la tiniebla se disipa, el cielo y el infierno se juntan en uno, Dios le da la mano a la Bestia y ésta ríe ante Dios. Estos son los momentos que hacen que mi vida se haga llevadera, momentos efímeros que merecen ser inmortalizados como obras de arte. Ni el más caro de los cuadros, ni el mejor de los libros, ni el más sublime acorde se puede comparar a la belleza del asesinato. La alevosía es la mejor de todas las drogas y el pintar a la muerte la mejor de todas lar recompensas.

Deja un comentario